Sólo tiene veinticuatro años y ella tuvo que enfrentar sola todo este dolor de ver partir a su padre, quien en silencio, falleció a causa del virus que a todos nos tiene en jaque hoy.
Parecía un simple resfriado, que comenzó el veintiocho de diciembre, día de los inocentes, cuando la gente se hace bromas por tradición y un poco de diversión. Sin embargo, esto no era ni un inocente resfriado ni mucho menos una broma. Se trataba del principio de algo realmente serio que, aunque pareciera exagerado en ese momento, requería de pronta atención.
Su hija, consciente de la situación, le insistió que se atendiera, que fueran a un hospital o con algún médico. Ella sabía que no era buena la idea perder más tiempo.
Él se hizo la prueba en secreto, no quería angustiar a su hija. Quería protegerla como cuando era una niña, siendo que ella, desde el principio de los síntomas, actuó con más responsabilidad y madurez ante la situación.
El último día del año el padre recibió el resultado. Había contraído el virus. Se leía en aquel papel: “positivo a coronavirus”. Decidió guardarlo en secreto en su afán de padre protector, sin caer en cuenta de que hay secretos, como en este caso, que al final terminan causando muchísimo más dolor.
Cuando él acudió al hospital, buscando la ayuda que al principio de los síntomas rechazó, ya era demasiado tarde. Su cuerpo no lo resistió. El hombre murió dejando a su hija con el dolor de recibir sus cenizas y sin respuesta a sus preguntas “¿por qué no me dijo? ¿Por qué no me hizo caso de atenderse?”… Él quería protegerla y por guardar el secreto, terminó rompiéndole el corazón.
Esta es una historia real que se está repitiendo cada día con más frecuencia. Y aunque no podemos cambiarla, podemos aprender de la experiencia.
Ante cualquier síntoma de cualquier enfermedad, tenemos que atendernos, quizá nunca sabremos por cuánto tiempo podamos considerar que llegamos al médico en un buen momento.
Escuchar a nuestros hijos, atender sus inquietudes y seguir sus consejos, también es una forma de protegerlos. La sabiduría no es un privilegio exclusivo de los viejos.
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