Pablo, el pequeño nieto de Don Luis, estaba muy angustiado por todo lo que percibía de su entorno. Aunque intentaban cuidar lo que él veía en la internet, el pequeño niño de escasos cinco años, escuchaba las noticias que todo el día estaban en la televisión y también alcanzaba a oír las conversaciones que los adultos tenían en casa, aún cuando trataran de hablar en voz baja y se fueran a otra habitación.
A causa del Covid, el padre de Pablito había fallecido. Era la tercera persona, cercana a la familia, que perdía la batalla contra el terrible COVID-19. Virus del que el niño escuchaba todo el día, todos los días, y aunque él entendía más de lo que los adultos de su entorno creían, nadie quería hablar del asunto con el pequeño y menos aún conversar con él y aclarar las dudas que pudiera tener.
Esa tarde todos murmuraban, se veían alterados y tenían los ojos llorosos. Pasaban al lado del pequeño Pablo, pero nadie le explicaba lo que estaba sucediendo. Don Luis, su abuelo materno, lo abrazó con ternura y con una amarga sonrisa que reflejaba tristeza y gran dolor, lo llevó al lado de su madre, quien estaba en la recámara, destrozada y ahogada en llanto, a un lado del cuerpo de su recién fallecido esposo y padre de Pablito.
Un niño pequeño.
La mujer, al advertir la presencia de su pequeño y único hijo, trato de controlar el llanto. Le dijeron al niño que, desde la puerta, en donde estaba acompañado por su abuelo, le mandara un beso a su padre porque estaba dormido y se iba a tardar mucho tiempo para despertar porque necesitaba descansar. Pablo no hizo preguntas, se quedó en silencio un momento, para después, mandarle desde lejos un beso a su padre, le dijo a su madre que la amaba, y entonces comenzó a llorar refugiado en los brazos de su abuelo.
Mientras la familia se hacía cargo de los trámites y todo el proceso necesario para el funeral, don Luis se llevó a Pablito a su casa para que no viera nada más de lo que estaba sucediendo. El hombre se sentía preocupado, no sabía cómo le explicaría a su nieto si es que lo empezaba a cuestionar. El trayecto a casa transcurrió en silencio, un silencio que se rompió hasta la hora de merendar.
Cuando don Luis le dijo al niño que era hora de irse a descansar, y que ya más tarde llegaría por él su mamá, Pablito le rogó angustiado: “Abuelo, no te duermas por favor. Yo soy un niño pequeño y, cuando venga mi mamá, no sabré cómo explicarle que, en realidad, mi papá está muerto y ya no va a despertar”.
Genial!
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