Mamá se siente saturada. ¡El tiempo se ha ido rapidísimo! Entre ordenar las tareas que deben hacerse en casa, ponerse guapa para salir a su trabajo y responder algunos mensajes, la mañana parece avanzar en modo turbo.
Se estresa y comienza a quejarse de que nadie en casa le ayuda lo suficiente y comienza a delegar algunas tareas a los hijos, aún antes de darles los “buenos días”. Unos momentos después, vuelve a quejarse porque le parece que todos dejan tiradero. Zapatos, platos y toallas de baño “regados por toda la casa”, así lo percibe ella, mientras va de un lado a otro murmurando que “nadie respeta su tiempo ni el espacio en que viven”.
Los hijos, jóvenes y rebeldes, se sienten presionados. Aún no terminan de despertar cuando ya pueden sentir la tensión en el ambiente. Escuchan a mamá dando indicaciones, quejándose y zapateando de un lugar a otro. En ese denso ambiente, lo que menos se les antoja es salir de la cama, menos aún si es fin de semana.
Ellos saben que deben colaborar con las tareas de la casa y hacerse cargo de sus propias tareas y compromisos, pero su natural rebeldía juvenil los hace postergar la acción como una manera de protesta. Es su manera de retar a papá y mamá. Además, como un escudo protector, se pierden en sus tabletas o en sus celulares y si los llaman, quizá retiren los audífonos de sus oídos y respondan de mala manera, con fastidio y sin siquiera desviar la mirada de la pantalla. Están evadiendo una realidad con la que no quieren lidiar.
Papá llega serio, malhumorado y cansado. Y antes de brindar una amable sonrisa y un saludo cariñoso a su familia, comienza a regañar y cuestionar a su esposa e hijos por lo que no han hecho o lo que han hecho mal. Deja a un lado el sentarse un momentos con cada uno de ellos y platicar de lo que realmente es importante: su felicidad. Olvida la importancia de escucharlos, evitando darles odiosos sermones e interminables listas de ejemplos de lo que él hacía cuando tenía esa edad. Quizá él cree que así deben actuar los papás, pero lo único que logra es que todos salgan huyendo al verlo llegar.
¿Quienes somos en realidad?
Mamá sale y, con sus colegas de trabajo o con los empleados de la tienda, puede ser la persona más atenta, paciente y feliz.
Los jóvenes, al igual que mamá, se comunican fácilmente con sus amigos. No paran de hablar, de reír, de bromear y participar en todo lo que puedan organizar.
Papá es todo fuerza, atención y palabras amables. Todo un caballero hasta en su manera de caminar. Interesado por escuchar atentamente a los colegas, a los vecinos y a cualquiera que viva fuera de su hogar.
¿Qué es lo que sucede con esta familia? ¿Por qué fuera de casa son alegres y amables y dentro del hogar se comportan con tanta aspereza? ¿Quienes son cada uno de ellos en realidad?
El problema puede estar en una comunicación equivocada o fracturada. Cada uno de ellos está evitando la comunicación con los demás porque en realidad no saben cómo hacerlo. No tienen la confianza necesaria para expresarse con libertad. Quizá se sienten heridos, no respetados, no valorados y al paso del tiempo, optaron por guardar sus emociones y callar.
Trata a tu familia como tratas a los extraños.
Sé que suena absurda la idea de tratar a la familia como tratamos a los extraños, pero no lo es tanto, si es que eres de las personas que fuera de casa son alegres y amables y al llegar a tu casa vacías contra todos el malestar social acumulado en tu día.
El distanciamiento, la poca comunicación, los pocos o nulos momentos de convivencia en familia, puede hacer que vivan bajo el mismo techo pero sin conocerse. Se han convertido en una familia de extraños.
Así que, procura ser una persona agradable, háblales con suavidad, trátalos con educación, amabilidad y sonrisas, como lo haces con la gente de afuera… ¡Posiblemente te des cuenta de que vives con personas maravillosas!
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